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Tanto es el horizonte ¨una línea cualquiera¨ para Valeria Calvo, que en su planteo pictórico esa línea no aparece nunca de manera compositivamente relevante o incluso visible, y apenas se insinúa allí donde la artista apela a un punto de fuga más notorio. Calvo propone, con suma habilidad y notable dinámica constructiva, un espacio sin centro ni ejes categóricos, sometido a la influencia de una suerte de sinergía rotatoria, de cuya movilidad percibimos instantes congelados, como si lo que vemos en el plano fuera la imagen fija de un encastre de piezas que van a encontrar su sentido no en la provisoriedad de su ubicación circunstancial sino en la alusión a un perpetuo movimiento. Todo parece estar en constante flotación, y a la vez cada cosa ocupa un lugar, como las secciones de un rompecabezas.
A la vez, no podría hablarse de una diversidad de puntos de vista, sino más bien de una utilización estratégica del plano rebatido, o bien quebrado, fraccionado, en un ¨facetamiento¨ - para citar palabras de la propia artista – de las superficies planimétricas que constituyen la armadura básica de cada pieza, corroborable también en las amplias curvas, en los sectores de contornos sinuosos y en otros de secos perímetros, donde las rectas se fracturan en un electrizado devenir de líneas zigzagueantes.
Hay en estas geometrías resabios sintetizados de los juegos de plaza que eran parte central en la obra anterior de la artista, ahora inscriptos, de manera también fragmentada, en una expansiva geografía artificial que, en extraña amalgama, parece una versión en pocos trazos del espacio de los parques y plazas, y de las perspectivas cerradas, endógenas y barrocas de los shoppings y aeropuertos.  Sobre esa escenografía, Calvo enrarece aún más el carácter ya de por sí indefinible de sus relatos plantando referencias  - parciales en cuanto a las precisiones descriptivas pero corporalmente muy sólidas – a elementos tan reconocibles como andamios, tablas, estructuras tubulares, cañerías, toboganes, escaleras mecánicas, empalizadas y vallados. En esta utilería también se entremezclan, como líquenes gráficos que crecen parasitariamente, virtuales apuntes de entramados ornamentales, trabajados con una modulación texturada que los diferencia de todos los demás ingredientes de la composición, y que aportan notas de módica aunque imprescindible disonancia.
En cuanto al constante juego de los volúmenes con las formas ambiguas, aquellos surgen estrictamente como resultado de la combinación de colores planos, difuminados en los límites de cada uno cuando lo impone la lógica de una estricta prolijidad representativa. Así como hay aquí reflejos de la multiforme herencia del ¨pop¨, y de ciertos procedimientos de construcción de imagen propios de la era digital, Calvo siembra el terreno visual de pequeñas trampas, deliberadas alteraciones y discretas, casi imperceptibles anomalías estructurales, cercanas por momentos a las ilusiones ópticas, de manera de que en un mismo cuadro, a veces en un mismo elemento, conviven una básica ilusión tridimensional y la neta bidimensionalidad. Este recurso es llevado a un extremo en la propuesta de intervención sobre el muro, un legítimo efecto de contundente trompe d ´oeil que inyecta gérmenes deconstructivos sobre el ámbito fisico de la galería.
A la vez, Calvo encuentra su clave, su punto de inflexión en la alta vibración y en el eficaz contrapunto cromático, allí donde ella regula sabiamente la intensidad de la paleta con una sutil manipulación del tono, como una aplicada alumna de Albers y de la escuela Purista, con sus colores desaturados. Una pintura perfectamente sostenida por una dedicada elaboración técnica a la que nutre el alimento sutil de una sensibilidad siempre alerta. 

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